lunes, 18 de marzo de 2013

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Pritzker para una arquitectura mutante

 

. Toyo Ito (Seúl, 1941) logra el máximo reconocimiento a su obra

. Se premia una trayectoria al servicio de las necesidades reales

. Siempre se ha alejado de la vacua espectacularidad del diseño

. Toyo Ito: "Mi objetivo es fundir ornamento y estructura"

 

  Madrid 17 MAR 2013 - 20:44 CET5


El arquitecto Toyo Ito, ganador del Premio Pritzker que se acaba de fallar. / Gorka Lejarcegi (EL PAÍS)


El Pritzker de hace tres años a Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa debió de sorprender a Toyo Ito (Seúl, 1941). Puede que gratamente. Sejima había trabajado para él en la época más vanguardista del arquitecto japonés, cuando levantó la Torre de los vientos de Yokohama, cuya iluminación cambiaba con la brisa. Luego, como ella misma respetuosamente admitió, sus intereses se alejaron. Es cierto, pero también incompleto. Ito se había apartado de la ligereza anterior porque, a sus 71 años, sigue buscando. Esa búsqueda define sus intereses y su obra. También le ha valido el Premio Pritzker.

“He proyectado arquitectura teniendo en cuenta que ésta será mejor si nos libramos, aunque sea un poco, de cualquier limitación. Sin embargo, cuando termino un edificio, me doy cuenta con dolor de mi propia incapacidad. Esa incapacidad se convierte en energía para abordar el siguiente proyecto. Ese es mi proceso creativo y, seguramente por eso, mi arquitectura nunca tendrá un estilo fijo ni yo quedaré satisfecho con ninguno de mis trabajos”.

Esa ha sido la reacción del arquitecto al saberse, finalmente, ganador del Pritzker. El reconocimiento le llegó mucho antes. El mismo año en que Sejima y Nishizawa recibían este galardón, su país le concedió el Praemium Imperiale. El RIBA londinense lo había condecorado en 2006 y la Bienal de Venecia madrugó para reconocer con un León de Oro toda su trayectoria en 2002. El pasado verano Toyo Ito regresó a esa ciudad italiana. Su propuesta Home-for-All, en el pabellón japonés, no hablaba de experimentación tecnológica ni de innovación material, ni siquiera de formas orgánicas para mejorar la huella dejada por el Movimiento Moderno. Hablaba de la gente que se había quedado sin casa en Fukushima. También allí debía llegar la mejor arquitectura.

Ito no se conforma con ahondar en una investigación o perfeccionar un estilo. Por eso al amplio espectro tipológico de su obra se une un abanico formal que impide clasificarlo. La suya es una obra en marcha, una arquitectura que responde a contextos, programas y necesidades concretas: lo opuesto a una firma de autor. No es esclavo de las formas ni de las tecnologías. Y mucho menos, de su propio sello. Tal vez por eso, el arquitecto chino Yung Ho Chang, jurado del Pritzker, ha resumido sus trabajos en uno solo: “Hace avanzar la arquitectura y para conseguirlo no tiene miedo de soltar lo que ya ha logrado”.
La versatilidad de Ito está así cimentada en una investigación insaciable que le lleva a la vez a levantar obras que rompen con las jerarquías y las separaciones espaciales, como la Mediateca de Sendai (2001); edificios que emplean la piel como ornamento y estructura, como el rascacielos para Tod's en Omotesando en Tokio (2004); inmuebles que exprimen un peldaño más las posibilidades constructivas del hormigón, como el Tanatorio en Gifu (2006); o pequeñas obras de arte, como el pabellón abandonado hasta su incendio y destrucción en lo que debería haber sido el Parque de Relajación de Torrevieja (Alicante).

Ese etéreo pabellón helicoidal de madera corona la mala fortuna de los trabajos de Ito en España. No es casualidad que ninguno de ellos figure en la galería de imágenes que acompaña el dossier del Premio Pritzker. En Logroño, sus viviendas de protección oficial no han encontrado compradores. Y en Barcelona, sus dos torres de la Fira, la nueva feria de muestras, buscaron ensamblar los edificios existentes y dotar de identidad a un barrio emergente con dos iconos difíciles de olvidar. Es cierto que esos rascacielos son más llamativos que excelentes, pero también lo es que cuando el presupuesto y el tiempo se apuran, la arquitectura solo se puede envolver con papel de regalo: pura fachada. Eso sucedió en Barcelona. En Madrid fue peor: el parque ecológico de la Gavia, en el ensanche de Vallecas, debía aprovechar el arroyo que lleva ese nombre, recuperar la antigua topografía del lugar, reciclar el agua de lluvia en uno de sus lagos y esperar a que la biodiversidad también regresara. Solo realizó una primera fase. Una vez inaugurado, dejó de interesar. Se acabó el dinero. La planificación fue nula. El parque hoy es vulgar: lo que debía ser un modelo de sostenibilidad no se sostiene ni él.

Así, aunque el nuevo Pritzker retrate a la administración española por su perfil más horrendo, premia sin duda a un profesional que, todavía hoy, con muchas más luces que sombras, merece el galardón. En activo y activando a los más jóvenes, Ito no solo ha demostrado ser incansable a la hora de repensar la arquitectura: lleva unos años repensando también el mundo. Nacido en la Corea ocupada por los japoneses, llegó a su país con dos años. Instalados en Nagano, su madre le encargó una casa a Yoshinobu Ashihara, que había trabajado con Marcel Breuer. Con 12 años perdió a su padre y toda su familia trabajó fabricando miso para hacer sopa. De aquella familia solo sobrevive su hermana.

El arquitecto, que tiene una hija de 40 años, enviudó en 2010. Tal vez por eso, en 2011, decidió ceder buena parte de su legado a un museo que lleva su nombre en la isla de Omishima. El nuevo edificio está formado por sólidos poliedros amontonados, pero junto a él se levanta la reconstrucción de la vivienda de aluminio que construyó para sí mismo en 1984. Su mensaje como arquitecto está en ese diálogo: los tiempos, las necesidades y los contextos cambian; la arquitectura debe responder a esos cambios.

jueves, 14 de marzo de 2013

http://elviajero.elpais.com/elviajero/2013/03/07/actualidad/1362672320_767323.html

La iglesia que vuela

Ronchamp, obra maestra de Le Corbusier, atrae a los devotos del catolicismo y a los del dios de la arquitectura


Exterior de Notre Dame de Haut, en Ronchamp (Francia). / Hervé Hughes


He querido crear un lugar de silencio, de paz y de alegría interior”. Esta es la frase del arquitecto franco-suizo Le Corbusier (1887-1965) sobre la iglesia de Notre Dame du Haut, también conocida como La Chapelle. Palabras que se pueden leer en el interior de la porterie,el nuevo centro de recepción proyectado por el arquitecto italiano Renzo Piano e inaugurado en 2011.
Resulta difícil describir esta obra de Le Corbusier, uno de los ejemplos de arquitectura religiosa más acertados y exitosos del siglo XX, una construcción que puede emparentarse con el Panteón de Roma o cualquier otro icono de la historia de la arquitectura por su capacidad de emocionar. Es como una ilusión inexplicable; mientras se contempla, el tiempo no pasa. Sea por devoción o afición, lo cierto es que cada año visitan el complejo casi 100.000 personas. El enclave es ahora un santuario doble: allí componen su oración por el semidiós de la arquitectura los amantes del oficio, muchos de ellos laicos, y rezan los católicos, subyugados por un espacio celebratorio de cuyo aura participan.


Interior de Notre Dame de Haute, en Ronchamp (Francia). / Thomas A. Heinz


La construcción está situada sobre una colina de unos 150 metros de altura que se abre al paisaje de Ronchamp, en la Francia del noreste. La colina, con un gran valor simbólico para los habitantes de la zona, fascinó a Le Corbusier como elemento paisajístico cuando la visitó en 1950. La vio como un poema, rodeada del bosque y flanqueada por montañas.
Le Corbusier dibuja en sus primeros bocetos a lápiz cuatro elementos en los cuatro puntos cardinales de la colina, de los cuales el central es la capilla. En el extremo sur está la residencia de las monjas; en el extremo norte se encuentra una pirámide escalonada como símbolo de paz, construida con los restos de la antigua iglesia bombardeada en la II Guerra Mundial; en el extremo oeste hay una explanada que permite actos litúrgicos para un número elevado de peregrinos, y en el extremo oeste, una estructura metálica que aloja tres campanas.
La iglesia se inauguró el 25 de junio de 1955. Por si había alguna duda, Le Corbusier la resolvió: un buen arquitecto no creyente puede realizar un edificio religioso con grandes valores arquitectónicos. Empezando por el emplazamiento, que puede relacionarse con la Acrópolis: a los pies de la colina comienza la ascensión hasta la cima, donde se puede ver el edificio en su integridad. ¡Y menudo edificio! Los gruesos muros de mampostería pesada, revocados en blanco, se despliegan sinuosos y sobre ellos surge, repentinamente, una cubierta de hormigón natural a modo de vela. Con ella, el edificio, enraizado en la colina, al mismo tiempo vuela. Se hunde en el suelo y nos recoge hacia la tierra; se alza en el cielo y nos levanta hacia el espacio.

Javier Belloso









Los únicos elementos religiosos en su interior son una Virgen y una cruz. La sensación es la de una masa escultórica que bebe del cubismo, de Mondrian y también, tal vez, del barroco. Están aquí presentes las formas arquitectónicas orgánicas de los años cincuenta, como el Guggenheim de Nueva York, de Frank Lloyd Wright, o el proyecto del arquitecto estadounidense de origen finlandés Eero Saarinen en la terminal neoyorquina de la TWA. La Chapelle fue concebida con los conceptos del Modulor (sistema de combinaciones armónicas detallado por Le Corbusier a partir de la medida del hombre con la mano levantada: 226 centímetros), y en la plasticidad de la obra el arquitecto trata de expresar esa “joie interieure” (alegría interior) a la que se refiere en sus primeras concepciones arquitectónicas.
La planta se compone de una sola nave con dos entradas en las paredes laterales, un altar y tres capillas con sus respectivas torres. La puerta de entrada principal aparece recubierta por ambas caras con chapas de acero esmaltadas en colores brillantes.
La luz natural es otro de los elementos clave del edificio. Una raya de luz de unos diez centímetros separa el techo de las paredes, produciendo así en su interior un impactante efecto escenográfico. Las ventanas son el resultado de unos agujeros en las paredes para que el movimiento de las nubes y de los árboles se constituyan en parte integrante del edificio. El sistema constructivo es simple: las paredes, blancas; el techo, gris; el suelo, de cemento y piedra; los bancos, de madera africana. La penumbra se enriquece con los haces de luces. En algunos huecos la luz es filtrada por vidrios rojos, azules, amarillos y verdes.

Renzo Piano, en diálogo


Notre Dame de Haut, obra maestra de Le Corbusier, también conocida como La Chapelle. / Marc Garanger














Homenaje a los albañiles y precursora de las tecnologías digitales, esta obra maestra de la arquitectura del siglo XX se completa con la ampliación del proyecto, abierta en 2011 en la ladera de la colina y obra de Renzo Piano en colaboración con el paisajista francés Michel Corajoud. Una intervención que no interfiere en la visión de la iglesia y que, a su vez, también se abre al paisaje. Entre las nuevas instalaciones destacan el edificio de recepción, la porterie, y el monasterio. Renzo Piano optó por la humildad: la que también buscaban las monjas clarisas. La hermana Brigitte de Singly, abadesa, le hizo el encargo y le pidió un espacio de calma, de lentitud, de contacto con la naturaleza. Renzo Piano aguantó la polémica creada por la osadía de construir junto a la obra del genio y cumplió. “Monjas con suerte”, las llamó un crítico después de ver los nítidos y jubilosos espacios proyectados por el italiano.


» Benedetto Fasciana es arquitecto.

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